sábado, 14 de mayo de 2011

Reglones torcidos de Dios

- Tengo verdadera curiosidad -dijo el médico mirando al techo- de saber cómo se decidió a profesionalizarse en un campo tan poco usual en las mujeres.
- Muy sencillo, doctor. Yo soy muy británica. No tengo hijos. Odio el ocio. En Londres, las damas sin ocupación se dedican a escribir cartas a los periódicos acerca de las ceremonias mortuorias de los malayos o a recolectar fondos para dar escuelas a los patagones. Yo necesitaba ocuparme en algo más directo e inmediato; en algo que fuera útil a la sociedad que me rodeaba, y me dediqué a combatir una lacra: la enfermedad.
- Dígame, señora de Almenara, ¿trabaja usted en su casa o tiene despacho propio en otro lugar?
- Tengo oficina propia y estoy asociada con otros detectives diplomados que trabajan a mis órdenes.
- ¿Dónde está situada exactamente su oficina?
- Calle Caldanera, 8, duplicado; escalera B, piso sexto, apartamento 18. Madrid.
- ¿Conoce su marido el despacho donde usted trabaja?
- No.
- ¡Es asombroso!
Alice Gould le miró dulcemente a los ojos.
- ¿Puedo hacerle una pregunta, doctor?
- ¡Hágala!
- ¿Conoce su señora este despacho?
El médico se esforzó en no perder su compostura.
- Ciertamente, no.
- ¡Es asombroso! -concluyó Alice Gould, sin extremar demasiado su acento triunfal.

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